El Jazz: La Música que le Insufló Larga Vida al Saxofón

William Claxton
Funeral de Nueva Orleans llegando al cementerio
Second line alejándose del cementerio
La Vida Dance Hall, New Orleans – 1922
Izq-der: Eddie Faye, Harold Peterson, Buzzy Williams, Charlie Fishbein, Florencio Ramos, Joe Kenneman y Stale Bread Lacoume
Sidney Bechet
John Coltrane en el Newport Jazz Festival, 2 de julio de 1966, tocando el saxo soprano
Adolphe Sax
Patrick Gilmore
Jean H. B. Moeremans
Hector Berlioz
Henri Selmer y Maurice Selmer
Frankie Trumbauer
El final de La Prohibición
Lester Young
Antología donde se encuentra la novela corta de G.R. Malloch: «Solo de saxofón»
El Jazz: La Música que le Insufló Larga Vida al Saxofón

Me vais a permitir que comience este artículo, que está dedicado a ilustrar una pequeña parte de la historia del saxofón, con un corto relato que escribí en mi libro titulado «Y se hace música al andar… con swing» en 2012:

“-¡Ay mami! No pensaba que me iba a emocionar tanto en esta última despedida que estamos dando a nuestro amigo Nathaniel. Fue un buen tipo, tenía sus cosas – como todos – pero fue amigo de sus amigos, siempre estaba dispuesto a lo que hiciera falta. Aún le debo unos centavos.
-No seas cretino, papi. Nat fue un sinvergüenza, un jugador y un mujeriego.
-Por favor, que está de cuerpo presente.
-¿Te crees que me va a oír? Si lo sabré yo. Si ganaba un dólar se lo jugaba a las cartas en vez de dárselo a su mujer. Por ahí iba, con su saxofón a cuestas, y no me preguntes a dónde. A sitios nada recomendables. No sé qué es lo que ven ciertas mujeres en un tipo que toca el saxofón y mira que me lo he preguntado veces. ¡Músicos y fulanas, tal para cual!
-Pero, mami, tu primer marido tocaba…
-Tocaba el clarinete. Un instrumento como Dios manda, como lo son la corneta y el trombón, incluso la tuba. Instrumentos serios, dignos, no como ese saxofón que no sé de dónde ha salido y que espero que desaparezca rápido. ¡Y yo no soy ni he sido nunca una fulana!
-Ya, ya… Por lo menos no te has metido con el violín.
-Con el violín, con el violín. Tocar el violín es cosa de señoritas. No me hagas hablar, papi, que tú también… ni tanto ni tan calvo. ¡Ay, Señor!
-Ya están sacando el féretro de la iglesia. Fíjate cómo va su pobre viuda.
-Efectivamente, mira cómo va su pobre viuda, Y ahora, cállate, que me gusta escuchar a la banda, sobre todo a los clarinetes.
…/
-Ya hemos llegado al cementerio, mami, a la última morada de Nathaniel. Ahora, el ministro dirá que todos somos polvo y que en eso nos convertiremos. Todo esto es muy triste, me está produciendo angustia.
-¿Cómo ves a Emma, su viuda? ¿La ves triste?
-Sí, mami. Mira como llora.
-Llora de alegría por haberse librado de ese pingajo. Lo sabré yo. Ella es la que debería estar muerta, después de la vida que ha llevado. No sé cómo ha podido sobrevivir con cinco hijos a sus espaldas y sin ninguna ayuda, económica claro, por parte de tu amigo Nat. Ya le quisiera ver yo cuando tenga en frente al Todopoderoso. Que yo sepa, Él no sabe tocar el saxofón, ni creo que le guste su sonido. Vamos a ver qué le cuenta. Aquí en la tierra se va a quedar su saxofón, ya veremos cómo convence al Buen Dios de que su paso por este mundo ha sido como Él manda.
-Nathaniel cumplía con sus obligaciones religiosas, mami. Iba a la iglesia todos los domingos y cantaba los salmos con sumo fervor.
-Desafinaba cantando y además lo hacía a posta, como queriendo demostrar que esa música no iba con él. A la iglesia no iba su público, papi, ese público para el que la música es sólo un divertimento y sirve para lo que sirve. ¿Tocó alguna vez en una marching band? ¡No! Nada de desfilar junto a un difunto y sus amigos, nada de participar en el Mardi Gras. Él con sus notas equivocadas, eso es, tocaba notas equivocadas, sólo las entendía él. Pero mira, una de las mejores bandas está aquí para acompañarle en su último viaje ¿por qué? Porque el pastor quiere que todos sus feligreses tengan un entierro digno, aunque desafinen cantando en la iglesia.
-Mira, mami. Ya está Nathaniel bajo tierra. Mira cómo su viuda y sus hijos echan flores sobre el féretro. Triste, todo esto es muy triste.
-Sí papi, hasta a mí me lo está pareciendo ahora.
-Estás llorando, mami.
-Yo no estoy llorando… venga dame tu pañuelo. Bien, ahora la banda va a empezar a tocar y ya sabes que lo va a hacer con ritmo y con alegría, para aliviar nuestros problemas. Y a ver si de una vez tu cuerpo se mueve como Dios manda, al son de la música, y demuestras que no sólo eres negro por el color de tu piel. Ya van a empezar. ¡Te sigo, papi!

Siguiendo en Nueva Orleans, es un tanto curioso que en la ciudad donde nació el jazz sus calles y sus plazas escucharan por primera vez los sones de un saxofón tocado por un músico mexicano. El historiador del jazz, Dr. Jack Stewart, de la Tulane University de Nueva Orleans, estudió en profundidad los orígenes del saxofón en la ciudad y teniendo en cuenta la entrevista que realizó en su día al saxofonista y presidente de la asociación de músicos de Nueva Orleans, Dave Winstein, el músico Florencio Ramos paseaba su saxofón por la ciudad cerca de 1909. Y según la documentación que le presentaron los bateristas, Monk Hazel y Harold Peterson esa fecha se podía retrasar hasta 1884.

Florencio Ramos nació en el municipio de Cadereyta Jiménez del estado mexicano de Nuevo León el 23 de febrero de 1861. Emigró a los EE.UU. a primeros del año 1884 estableciéndose en Laredo, Texas. Unos meses más tarde se asentó en Nueva Orleans.

En el libro titulado «Jazz: New Orleans, 1885 – 1963» escrito por Samuel B. Charters y editado en febrero de 1968, el autor realiza un exhaustivo repaso de los músicos y las bandas que poblaron la ciudad en el período de tiempo que nos indica su título.
Si buscamos saxofonistas en las páginas del libro nos encontramos con Sam Dutrey Sr., Paul Barnes, Sidney Carriere, Lewis James, Ernest Poree, Louis Cottell Jr., Wallington Hughes… y un abanico de nombres más que tocaron el saxofón en la primera o segunda década del siglo pasado en Nueva Orleans, pero a todos ellos les ha engullido el paso de los años. Ninguno fue un saxofonista excepcional como para poseer su parcela en la historia del jazz.

Sidney Bechet nació en Nueva Orleans el 14 de mayo de 1897 dentro de una familia que amaba la música. Eligió el clarinete como su instrumento y con quince años ya había formado parte de las bandas más importantes de la ciudad. Al año siguiente abandonó Nueva Orleans y se convirtió en un músico freelance que estuvo de gira por su país tocando con diferentes bandas. En el año 1918, formó parte de la «Will Marion Cook’s Syncopated Orchestra» y con ella se trasladó a Europa. En el trascurso de los cuatro años que pasó en el Viejo Continente, Sidney Bechet adquirió un saxo soprano y lo convirtió en su primer instrumento.
De regreso a su país, fue contratado por la banda «Clarence Williams’ Blue Five». El 30 de julio de 1923, la citada formación entró en un estudio para grabar dos temas, uno de ellos fue el titulado «Wild Cat Blues» escrito por Williams y Thomas Wiley. Los músicos fueron: Clarence Williams, piano; Buddy Christian, contrabajo; Thomas Morris, corneta; John Mayfield, trombón; Sidney Bechet, saxo soprano. Y esta fue la primera vez que el saxo soprano de Bechet sonaba en un disco.
Y también era la primera vez que un saxofonista se iba a hacer famoso en todo el planeta y, además, nacido en Nueva Orleans. Sidney Bechet fue el amo y señor del saxo soprano hasta su fallecimiento en 1959. Universalizó un instrumento muy poco utilizado en el jazz
Parece una jugada del destino que John Coltrane grabara con el soprano al año siguiente, el 21 de octubre, «My favorite things» alcanzando un éxito sorprendente. Ese peculiar saxofón no tuvo tiempo de caer en el olvido sino todo contrario ya que fue muy utilizado por los músicos que abrazaron el «Free Jazz». A partir de 1960, 114 años después de que lo inventara Adolphe Sax, el saxo soprano entró de lleno en el mundo del jazz y lo hizo para quedarse.

Es raro poder celebrar una efeméride de una persona que inventó un instrumento musical popular. En general, desde la guitarra hasta el violín y la flauta, los instrumentos musicales han evolucionado con el tiempo: no existe un «Señor Flauta» ni una «Señora Trompeta». Pero sí existe un «Señor Saxofón», o, mejor dicho, un «Monsieur Saxophone».

Antoine-Joseph «Adolphe» Sax nació en Dinant, Bélgica, el 6 de noviembre de 1814. Su padre era luthier y él estudió música en la Real Escuela de Canto de Bruselas, donde aprendió a tocar varios instrumentos. En 1842, se asentó en París y empezó a fabricar clarinetes y flautas, además de realizar mejoras en la corneta de válvulas.
Una idea rondaba por su cabeza en aquellos años: crear un instrumento que combinara la potencia de los de viento metal (como la corneta) con la agilidad de los de viento-madera (como el clarinete).
En el año 1846, Adolphe patentó una familia de saxofones siendo los más importantes el saxo soprano, el alto, el tenor y el barítono y comenzó a fabricarlos.

El saxofón(es) fue, durante varias décadas, utilizado exclusivamente por bandas francesas. El resto de la mayoría de las europeas no vio necesario el empleo del “instrumento francés” al contar con el figle y el fagot que cumplía con sus exigencias sonoras.
Para que el saxofón fuese conocido allende de las fronteras francesas y llegara a adentrarse en el Nuevo Mundo fue imprescindible la labor que realizaron varios músicos. Siendo el primero de ellos, Edward Lefebre.

Edward Lefebre nació el 15 de diciembre de 1834 en Leeuwarden, Netherlands, en el seno de una familia de músicos franceses. Aunque se sabe poco de los primeros años de su carrera musical, conocemos que su instrumento principal fue el clarinete. En la década de 1850 entabló amistad con Adolphe Sax en París y se quedó extasiado de la sonoridad del saxofón. Decidió aprender a tocarlo (probablemente el alto y el tenor).

En 1869, Lefebre fue contratado como saxofonista por la Royal Alhambra Palace’s Orchestra londinense en la que permaneció durante tres años. Al cabo de los cuales decidió cruzar el charco y nada más llegar formó parte de la Twenty-second Regiment National Guard Band dirigida por Patrick Gilmore. Esta formación fue la primera banda militar estadounidense en incluir una sección completa de saxofones entre sus filas, basándose en los arreglos de la Garde Républicaine francesa. Lefebre permaneció junto a Gilmore hasta el fallecimiento de este último en 1892. YouTube nos ofrece un video titulado «Du Du Medley» grabado por la Gilmore’s Band, el 10 de diciembre de 1891. Es más que probable que Lefebre se encontrara entre los saxofonistas.
Debido al fallecimiento, como he comentado de Gilmore, Lefebre se unió a la banda de John Philip Sousa, compositor de las más importantes y sentidas marchas militares estadounidenses y director de bandas. El saxofonista permaneció junto al “rey de las marchas militares” hasta 1900.

Otro músico importante que llevó al saxofón a los EE. UU. fue el belga Jean H. B. Moeremans (cerca de 1866 – 1937). En su país fue un saxofonista reconocido y miembro de la prestigiosa Belgische Guards Band. Emigró a Canadá y de ahí pasó a los EE. UU. donde participó en la banda de John Phillip Sousa de 1894 a 1905. También se forjó una excelente reputación como profesor.
Moeremans posee un lugar privilegiado en la historia del saxofón ya que fue el primero que grabó “solos” de este instrumento. En 1898, y haciéndose acompañar por un pianista, grabó la canción «Carnaval de Venecia», una variación que realizó el violinista y compositor, Niccolò Paganini, en 1829 basada en una melodía folclórica napolitana llamada «O Mamma, Mamma Cara»

En Europa, y a pesar de que músicos franceses de corte clásico como Hector Berlioz o Jules Massenet compusieran obras dándole protagonismo al saxofón, lo cierto es que no cuajó en la música clásica. Las bandas militares seguían siendo las únicas receptoras del invento de Sax. Además, su vida estuvo plagada de dificultades. Sus competidores intentaron copiar el saxofón, a pesar de estar patentado. Adolphe llevó a estos imitadores a los tribunales, pero los procesos judiciales lo arruinaron económicamente. Se declaró en bancarrota tres veces.
Dejó este mundo el 7 de febrero de 1894 sin lograr los objetivos que él había soñado para sus saxofones. Su hijo Adolphe-Édouard (1859-1945), director de la banda de metales de la Ópera de París desde 1888, fue quien asumió la dirección de la fábrica de instrumentos sin poder alejarla del precipicio donde se encontraba.

Henri Selmer Paris, una importante firma francesa fabricante de instrumentos musicales con sede en París y fundada en 1885, realizó la histórica adquisición de los talleres Sax, sitos en el 84 de la Rue Myrha parisina en 1929, convirtiéndose así en el único legado de la invención del saxofón y del espíritu de su creador, Adolphe Sax.

Centrándonos de nuevo en el jazz, y dejando aparte a Sidney Bechet, el siguiente saxofonista que despuntó fue Frankie Trumbauer (1901-1956). Gran amigo del cornetista, Bix Beiderbecke. Ambos músicos fueron, durante un tiempo (años 20 y primeros 30), la punta de lanza del jazz blanco y muy respetados por sus colegas negros, alguno de los cuales no escondieron que su forma de tocar les había influenciado en sus comienzos.  Como es el caso del gran Lester Young: Frankie Trumbauer era mi ídolo. Cuando yo empecé a tocar, me compraba todos sus discos. Me imaginaba que sería capaz de tocar todos sus “solos”. El tocaba un “c-melodic saxophone” (Saxofón Melódico en Do). Yo logré que mi saxo tenor sonara como el suyo. Esa es la razón de porqué yo sonaba diferente a todos los demás saxofonistas. Trumbauer cuando tocaba siempre contaba una pequeña historia y me gustaba su forma de arrastrar las notas. Él siempre tocaba primero la melodía y luego tocaba alrededor de ella. Trumbauer era mi hombre”.

Como expresa Lester Young, Trumbauer tocaba un “c-melodic saxophone” un instrumento raro entre la gama de saxofones que diseñó el Sr. Sax.  El tamaño estaba entre el saxo alto y el tenor. Su mayor período de popularidad se situó entre 1914 y 1930, particularmente entre los músicos aficionados. Los fabricó principalmente la empresa Selmer y CG Conn Ltd., una compañía estadounidense de instrumentos musicales, fundada en 1915.
Ateniéndonos a las palabras de Douglas Pipher (saxofonista y estudioso de este instrumento), hoy en día quedarían alrededor de 60 “c-melodic saxophones”, ya que la gran mayoría fueron enviados a Europa antes de la Segunda Guerra Mundial y es muy probable que muchos fueran destruidos durante la contienda.

Para escuchar el saxo de Frankie Trumbauer he elegido la canción titulada «Singin’ the Blues» composición de J. Russel Robinson y Con Conrad con letra de Sam M. Lewis y Joe Young en 1920. La grabación fue el 4 de febrero de 1927 para el sello Okeh y los músicos fueron los siguientes: Frankie Trumbauer, C-melody saxophone; Bix Beiderbecke, cornet; Don Ryker, trombone; Jimmy Dorsey, clarinet; Doc Ryker, alto sax; Paul Madeira Mertz, piano; Eddie Lang, guitar; Chauncey Morehouse, drums. Esta grabación forma parte de los Grammy Hall of Fame desde 1977.

Y nos acercamos a los años treinta, al comienzo de la Época del Swing o a la Era de las Big Bands que se alargaría hasta 1945. Los músicos que las integraron hicieron posible que la música que surgía de sus instrumentos fuese capaz de hacer bailar a todo un país sin ningún tipo restricciones. Por una única vez en la historia, Norteamérica entera se divirtió al ritmo del jazz.
Las big bands empezaron a proliferar como hongos por todo el país. No existía pueblo o ciudad por pequeña que fuera que no poseyera a una de ellas. Además, La Prohibición, que estuvo presente hasta 1934, ya había logrado que se abrieran miles de locales que servían alcohol de contrabando (los speakeasy), sobre todo en las grandes ciudades como Nueva York, Chicago o Kansas City. La mayoría de ellos contrataban a buenas bandas para que sus parroquianos bebieran whisky y se divirtieran.
El auge de la radiodifusión dio como resultado que todas las emisoras poseyeran su propia orquesta que servía además de arrope a los vocalistas que invitaba a sus estudios. (por entonces no estaba bien visto emitir discos).
Se crearon grandes salas de baile por todo el país donde cientos de danzantes movían sus pies con el swing con el que los envolvían las mejores orquestas de jazz.
Una orquesta, una big band podía tener entre sus filas a dos saxofonistas altos, un tenor y un barítono. Es imposible calcular cuántos miles de saxofones se vendieron en Norteamérica.
Bien es verdad que las big bands no fueron eternas, el jazz moderno hizo acto de presencia con grupos más pequeños, pero para entonces el jazz ya se había globalizado. En todos los países de Europa se crearon bandas grandes o pequeñas al estilo norteamericano. En Francia, el jazz logró lo que no pudo escuchar el Sr. Sax: el sonido de sus saxofones fuera de las bandas militares. Y, además, los amantes del jazz debemos darle las gracias al Sr. Sax, porque, visto en perspectiva, un buen número de las páginas más bellas y emotivas que nos ofrece la historia del jazz, se han producido cuando los músicos tenían entre sus labios a un saxofón.

-Sí – admitió Ego – Ahora que lo pienso, los dos hombres eran bastante parecidos: pálidos, de cabello oscuro, con bigotes caídos como los míos, la boca débil y una nariz prominente. ¿Ha estado la policía en la habitación de Baufstein?
-Sí, y encontraron una carta de Wilkins en la cual invitaba a su primo a visitarlo en Wilkins Hall el mismo día en que Baufstein apareció muerto. Este detalle les convenció de la veracidad del relato de Wilkins.
-Comprendo, señor – dijo Ego – Los dos tocaban el saxofón. Usted no cree que sea un caso de asesinato, pero es una historia muy extraña. ¡El saxofón! ¡Es una pista atractiva! ¿No cree que tiene mucho de humano? Tiene un sonido que a veces suena como sollozos o lamentos, aunque en otros momentos parece una carcajada. Cuesta imaginarse a un intérprete de saxofón cometiendo un asesinato. Si se tratase de un baterista… ¡Sería algo muy distinto! (G.R. Malloch. «Solo de saxofón»).

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