Historias de Nueva Orleans (VIII): Los Cajunes

Antonio de Ulloa
Alejandro O’Reilly
Bernardo de Gávez
Grupo de cajunes
Cyrill Demian
Joe Falcon
Cleoma Falcon
Joe & Cleoma Falcon
Jambalaya
Professor Longhair
Historias de Nueva Orleans (VIII): Los Cajunes

La Acadia ocupaba la zona suroriental de la colonia francesa de Nouvelle-France (Canadá). Uno de los acuerdos del Tratado de Utrech que firmaron los países beligerantes de la Guerra de Sucesión Española de 1713 trajo consigo que los acadianos pasasen a ser súbditos británicos. En 1755 aquellos que eran de origen francés fueron expulsados del territorio. Este colectivo en su exilio forzoso fue poblando distintos territorios americanos, sobre todo bajo soberanía francesa, como la isla de Saint Domingue o Louisiana. Alguno de ellos cruzó el Atlántico viajando hasta Francia.

Los primeros acadianos que llegaron a la Louisiana francesa lo hicieron en 1758 pensando que la identidad nacional, la religiosa y el idioma convertían a esta tierra en un destino idóneo. Sin embargo, en seis años la colonia francesa pasó a manos de los españoles. Esto no supuso, en principio, ningún problema, ya que siguieron instalándose en ella. Esta emigración fue tan importante que la población blanca del territorio aumentó en un tercio. El mayor núcleo de población cajún se encuentra en la ciudad de Lafayette que se encuentra a 190 kilómetros de Nueva Orleans y también en esta villa.

En 1768, la Corona Española tomó posesión de la colonia recién adquirida y Antonio de Ulloa se convirtió en su primer gobernador. Según los historiadores este representante careció de las necesarias dotes de mando para convertirse en un buen gobernante y chocó bien pronto con los franceses que eran mayoría en el territorio. Los acadianos hicieron causa común con éstos últimos y el resultado fue una revuelta que terminó con la expulsión del gobernador y el establecimiento de una especie de Gobierno Autónomo en Louisiana.
La Corona Española tomó cartas en el asunto y al cabo de unos meses, el 15 de agosto de 1769, desembarcó en Nueva Orleans el general O’Reilly, nuevo gobernador español, al frente de una columna de ocupación de unos 3.000 soldados.
O’Reilly capturó a los seis cabecillas de la rebelión, los ajustició y restableció el orden en el territorio.

Voy a realizar un alto en el camino para comentar que Nueva Orleans será la ciudad norteamericana que posee el mayor número de leyendas, apariciones e historias fantasmales por metro cuadrado.
Una de ellas se refiere a O’Reilly y a los seis máximos responsables de la revuelta que he comentado.
Esta dice así: El general ordenó que los seis cabecillas no recibieran sepultura y que sus cuerpos fuesen colocados a la intemperie en plena calle convenientemente sujetos hasta su descomposición.
Durante una obscura noche, el padre Dagobert, capuchino y máximo responsable eclesial de la Catedral de St. Louis, se personó en casa de cada uno de los familiares de los seis represaliados y les pidió que le siguieran hasta la Catedral. Una vez dentro, todos se dieron cuenta de que los cuerpos de sus familiares se encontraban allí. El padre no realizó nunca ningún comentario al respecto, solo les indicó que cada familia se hiciera cargo de su allegado. Todos ellos se dirigieron al St. Louis Cementery Nº1 y allí el padre les dio cristiana sepultura.
El padre Dagobert llegó a Nueva Orleans en 1722 y durante los más de cincuenta años de permanencia en la ciudad fue una persona muy querida por sus feligreses. Murió en 1776 y a partir del siguiente año existen testimonios que aseguran que, cuando el sol comienza a salir, se escucha una voz en el St. Louis Cementery que salmodia unos versos en latín. La leyenda cuenta que esa voz es la del padre Dagobert que pregona que continúa al cuidado de los seis cuerpos que allí en su día sepultó.

Continuemos con los acadianos. Durante la Guerra de la Independencia Norteamericana (1775-1783), la Louisiana española, gobernada por Bernardo de Gálvez, no permaneció neutral, sino que ayudó con dinero, armas y hombres a los insurgentes americanos con el fin de ayudar a derrotar a los ingleses, y a esta lucha se apuntaron con gusto los acadianos, enemigos acérrimos de los británicos.
A partir de aquí los acadianos olvidaron sus viejos resquemores y demostraron a todos los niveles su firme adhesión a la corona española.

Dando un gran salto hasta nuestros días, los descendientes de estos acadianos – que ahora se les conoce como cajunes – forman parte de una de las etnias de los EE.UU. Su población rondará la cifra de 1.200.000 personas y de ellas aproximadamente 433.000 viven en la actual Louisiana incluyendo Nueva Orleans. Poseen su propia lengua, el cajún, que es un dialecto del francés que muy pocos lo hablan.
Los acadianos o cajunes llevaron su música a Louisiana y, de la misma manera que ocurre con la mayor parte de la primitiva cultura folclórica de un pueblo, sus melodías no están escritas en un pentagrama, sino que se trasmiten, de generación en generación, simplemente cantándolas o tocadas con algún instrumento. Alrededor de la tercera década del siglo XX los folcloristas y musicólogos comenzaron a documentar esa música cajún que formó parte del equipaje que ellos trajeron bien atado durante su éxodo por el extenso territorio americano. Fruto de esas indagaciones hoy podemos escuchar canciones como Sept ans sur mer.
La grabación la realizó en directo el folclorista Alan Lomax en 1934. Está interpretada por Elita, Mary y Ella Hoffpauir y recogida en el álbum A Treasure of Library of Congress Field Recordings (1999). La canción es tradicional.

A mediados del siglo XIX, un nuevo instrumento iba a irrumpir con mucha fuerza en la música cajún y le iba a dar una nueva coloratura. Se trataba del acordeón diatónico inventado o desarrollado en Viena por Cyrill Demian en 1829.
Es muy posible que los cajunes conocieran este acordeón a través de la colonia alemana asentada en Louisiana, pero lo que es seguro es que se enamoraron irremediablemente de este instrumento.

Joseph Falcón nació en Roberts Cove, que es más una comunidad que un pueblo de Louisiana, el 28 septiembre de 1900. Sus padres fueron Pierre Illaire Falcón y Marie Arvilia Bordreaux. Los bisabuelos de Pierre, por parte paterna, fueron José Félix Falcón y María Antonia Damasa cuyos antepasados procedían de las Islas Canarias. María, por su parte, era de descendencia acadiana.
Joe Falcón comenzó a aprender el acordeón diatónico a una edad de siete años. Siendo todavía un joven tuvo la oportunidad de suplir al acordeonista titular de la banda que actuaba en el salón de baile Blue Goose, de la ciudad de Rayne en Louisiana. Allí conoció al acordeonista, Amédée Breuaux, una leyenda viva de la música cajún. Este músico tenía una hermana de nombre Cléoma que tocaba la guitarra y cantaba. Al cabo de un tiempo, Joe y Cléoma formaron un dúo y empezaron a darse a conocer por su zona de influencia.

En abril de 1928, un joyero de Rayne llamado George Burrow persuadió a un directivo amigo suyo del sello Columbia para que grabara a Joe y Cléoma (que se habían convertido en matrimonio), junto al cantante Leon Meche. Consiguió su objetivo y la discográfica preparó un pequeño estudio en la habitación de un hotel de Nueva Orleans donde realizaría la grabación. Cuanto todo estaba dispuesto a Leon Meche le dio una especie de ataque de pánico y salió corriendo del cuarto. Ante esa situación Joe comentó que él se encargaría de cantar. Frank Buckley Walker, ejecutivo de Columbia, relató lo siguiente en 1962:

“Me fui a la ciudad de Lafayette de fin de semana. Estaba interesado en conocer la historia de los cajunes y pensé que la mejor manera de escuchar su música sería personarme el sábado en las salas de baile. Vi a una cantante con una especie de acordeón, a un músico con un violín y a otro con un triángulo. Y lo más importante fue que escuché cantar en cajún. Y para mí era un sonido que tenía su gracia. Alguien me habló de un pequeño grupo musical y me puse en contacto con ellos. Creo que el nombre de uno de ellos era Joe Falcón. Me los llevé a Nueva Orleans y lo que grabamos fue algo diferente. Cuando el single salió al mercado tuvo unas ventas increíbles”.

Joe Facón, voz y acordeón diatónica, y su mujer, Cléoma Breaux, grabaron el 27 de abril de 1928, la canción titulada Allons à Lafayette que era una adaptación que ambos habían realizado de la tonada tradicional cajún, Jeunes gens campagnard.

Allons à Lafayette fue la primera canción cajún que fue grabada en un disco por lo que tiene un lugar privilegiado en la historia de esa música. Además, existe un pequeño relato cosido a su partitura relacionado con los usos y costumbres cajunes de la época.
A la familia de los Falcón le pareció totalmente fuera de lugar, cuando no indecoroso, que la mujer de uno de sus miembros participara en una banda y con el agravante de que, además, tocara la guitarra. Este hecho fue algo revolucionario en su momento.
Resulta también un tanto curioso que, para tratarse de la primera grabación de música cajún, el violín, su instrumento por antonomasia, brillara por su ausencia.
La canción Allons à Lafayette resultó todo un éxito, como he comentado, y ayudó a lavar la mala imagen que los norteamericanos tenían de los cajunes. La cultura cajún fue estigmatizada sobre todo entre 1910 y 1930. Hablar francés en los colegios se consideraba una ofensa hacia el resto de los alumnos. La palabra “cajún” adquirió un significado despectivo con unas connotaciones de persona maleducada y perdedora.
La música cajún continuó sin mayores contratiempos y podemos seguir disfrutando de ella en la actualidad.

Cualquier alusión que se realice sobre la cultura cajún es imperativo que se haga referencia a su cocina, ya que esta es mucho más conocida y apreciada que su música en los EE.UU.
La cocina cajún se dejó contaminar en Nueva Orleans por las influencias culinarias españolas, francesas, africanas, anglosajonas, cubanas y de todo el Caribe. En este sentido podríamos hacer una analogía entre el jazz y la cocina cajún ya que ambos son producto de la mezcla de razas y culturas que se cocinó a fuego lento en Nueva Orleans dando como resultado un estofado culinario y otro musical.

El cantante, guitarrista y compositor de música country, Hank Williams, escribió una canción en 1952 dedicada a la cocina cajún y la tituló Jambalaya (un guiso muy parecido a nuestra paella), que será su plato más famoso, al que le seguirán la crawfish pie y el fillet gumbo.
La mejor versión de este tema, bajo mi punto de vista, la grabó el músico de Nueva Orleans Professor Longhair (1918 – 1980) en su álbum titulado Rock ‘n’ Roll Gumbo de 1974. Ese violín que va sonando durante la canción le da ese aire cajún que enfatiza al título de la misma, que empieza así: Jamalaya, una crawfish pie y un filet gumbo, sabes que esta noche voy a ver a mi querida amiga, tocaré la guitarra y nos divertiremos y disfrutaremos aquí abajo en el bayou.

A Nueva Orleans le llaman The Big Easy, queriendo esto significar que es una ciudad alegre, festiva, divertida, que es difícil que se sienta triste o que tú te sientas triste. Los cajunes se percataron de esa cualidad desde el momento en que se aposentaron en ella. Por ese motivo acuñaron una frase en su dialecto del francés que dice: “Laissez les bon temps rouler” (Deja que los buenos momentos fluyan). Esta expresión se volvió recurrente en el Mardi Grass y en general en cualquier momento festivo. Los norteamericanos no tardaron demasiado en traducirla a su idioma de esta manera: “Let the good times roll”. Ambas locuciones llevan el marchamo de Nueva Orleans, aunque son perfectamente conocidas en cualquier parte del país.
El compositor, cantante y actor nacido en Nueva Orleans Sam Theard (1904 – 1982), y Fleecie Moore (esposa de Louis Jordan), compusieron una canción a la que titularon Let the good times roll en 1946 aprovechando la popularidad que la expresión había adquirido en todo el territorio de Louisiana.  La letra del tema, como no podía ser de otra manera, invita al personal a disfrutar de una fiesta: Hola a todos, vamos a divertirnos un poco, solo se vive una vez y cuando te has muerto toda ha terminado. Así que deja que lo buenos tiempos fluyan. No importa si eres joven o viejo, vamos juntos a pasarlo bien. No te quedes ahí murmurando idioteces. Si quieres pasarlo bien tienes que gastar un poco de dinero, así que deja que los buenos tiempos fluyan…

La versión que os propongo forma parte del álbum The Genius of Ray Charles que se grabó el 6 de mayo y el 23 de junio de 1959. Al año siguiente, Ray Charles ganó dos premios Grammy por este trabajo: uno al mejor álbum pop vocal y otro a la mejor interpretación de rhythm and blues con la canción Let the good times roll

Los cajunes nos dejaron la frase “Laissez les bon temps rouler”. Que no se nos olvide.

Subscribe