La Canción de John Brown: Glory, Glory, Hallelujah

John Brown
Metodista Camp Meeting – 1819
Negro Camp Meeting
Jon Brown
Captura de John Brown en Hapers Ferry
Soldados unionistas – Guerra Civil Norteamericana
Soladados unionistas – Guerra Civil
1º Regimiento de Rhode Island
Julia Ward Howe
James Freeman Clark
Julia Ward Howe
Theodore Roosevelt
Monty Alexander
La Canción de John Brown: Glory, Glory, Hallelujah

Nuestra historia comienza a finales del siglo XVII o a principio del siglo XVIII. En esa época y en los EE.UU. se celebraban unas reuniones donde se concentraban juntas, pero no revueltas, miles de personas blancas y negras en los campos o en los bosques para participar en una serie de oficios religiosos continuos que podían durar hasta una semana y en los que se implicaban la totalidad de las confesiones protestantes. Se las conocía como Camp Meetings (Ceremonias de Campo). Uno de los himnos que se cantaba llevaba el título de Oh brothers, will you meet us on Canaan’s happy shore?
La melodía de este cántico, por su estructura de llamadas y respuestas (un recurso musical típicamente africano) nos lleva a pensar que su origen habría que buscarlo en las canciones de plantación de los esclavos en el Sur del país. A esa tonada le escribieron un texto religioso para poder cantarla en los Camp Meetings.
Stith Mead, un pastor perteneciente a la iglesia episcopal metodista, fue una de las personas que se ocupó de organizar esas reuniones religiosas. Dada su experiencia en esos menesteres publicó, en el año 1807, una colección de nuevos himnos que él había escuchado en los Camp Meetings. Lo tituló Newest and Most Admired Hymns and Spiritual Songs. Entre ellos se encontraba Oh brothers, will you meet us on Canaan’s happy shore? que él le recortó el título dejándolo en Say Brothers will you meets us?.
En 1858, se publicó el himnario The Union Harp and Revival Chorister seleccionado por Charles Dunbar. El libro contiene la música y la letra de Say Brothers will you meets us, a la que se le había añadido el verso Glory Glory Hallelujah que se repite tres veces en todas las estrofas a lo largo del himno. Además, esos tres versos son la única parte de la letra de la canción que ha permanecido inalterable a lo largo de los años, sin tener en cuenta el uso o el mensaje que ella ha querido trasmitir. También, la repetición reiterada de ese verso logra que la melodía sea fácilmente identificable en las diferentes denominaciones que ha tenido en el trascurrir del tiempo.

John Brown nació el 9 de mayo de 1800 en la ciudad de Torrington, Connecticut, en el seno de una familia profundamente antiesclavista. Su figura será una de las más controvertidas de la historia del siglo XIX de Norteamérica. Sus biógrafos lo describen como un puritano, que se tomó al pie de la letra las palabras del Viejo Testamento que exponen que es lícito matar a todos aquellos que niegan la libertad a los hijos de Dios y, para él, los esclavos negros eran tan hijos del Todopoderoso como el resto de los mortales. La Declaración de Independencia Norteamericana aseguraba que todas las personas eran iguales a los ojos de Dios, por tal razón, John Brown nunca entendió por qué los negros estaban excluidos de ese derecho en su país y con una Biblia en una mano y un rifle en la otra trató de hacer cumplir los designios del Señor.  

John Brown, el 16 de octubre de 1859 y al frente de diecinueve hombres armados atacó el arsenal de la ciudad de Hapers Ferry en el estado de Virginia, con la finalidad de apoderarse de 100.000 fusiles que pensaba entregar a los esclavos y a otros compañeros abolicionistas y de este modo comenzar un conflicto armado a favor de la supresión de la esclavitud en los estados del Sur. Su plan fracasó por la pronta llegada del ejército y después de un breve enfrentamiento no le quedó otro remedio que rendirse. John Brown fue juzgado y condenado a la horca por traición y asesinato. Su ejecución se llevó a cabo el 2 de diciembre de 1859. Para los abolicionistas fue un héroe y para los proesclavistas un villano.

John Brown cuando escuchó su sentencia dijo:
“Si judgo necesario que yo deba perder mi vida para que mi sangre se mezcle con la de mis hijos y con la sangre de millones para que triunfe la justicia en este país esclavista en la que los derechos son ignorados por malvadas, crueles e injustas leyes. Yo lo acepto. Hágase”.

Prácticamente un año más tarde comenzó La Guerra Civil Norteamericana.

Según trascurría la contienda, los soldados unionistas comenzaron a escribir letras referidas a John Brown utilizando la melodía de Say brothers, will you meet us? y a esa canción la llamaron John Brown’s Body. Existen diversidad de estrofas que la acompañan. Las más utilizadas son:

El cuerpo de John Brown se descompone en la tumba (x3)
Gloria, gloria aleluya (x3).
Su alma avanza implacable

 John Brown murió para que los esclavos pudieran ser libres (x3)
Gloria, gloria aleluya (x3).
Su alma avanza implacable

Las estrellas arriba en el cielo están mirando amablemente la tumba de John Brown (x3)
Gloria, gloria aleluya (x3).
Su alma avanza implacable

 Él se va a convertir en un soldado del ejército del Señor (x3)
Gloria, gloria aleluya (x3)
Su alma avanza implacable

Los soldados negros realizaron sus peculiares versiones de John Brown’s Body cambiándole la letra con el fin de que expresase mejor sus propios sentimientos y vivencias.
Una de las versiones más interpretadas durante la guerra, aparte de referirse al protagonista, contaba lo siguiente:

Estamos hartos de cavar para el algodón, de cavar para el maíz
Somos soldados yanquis de color, tan cierto como que tú has nacido
Cuando el amo escuche nuestros gritos, pensará que eso es la trompeta de San Gabriel
Gloria, gloria aleluya (x3).
Mientras vamos marchando.

Quizás sea este un buen momento para comentar brevemente cómo se inició la integración de los soldados negros en la milicia y en el ejército norteamericano.

La historia de los afroamericanos en los ejércitos en tierras de América del Norte se remonta a su Guerra de Independencia (1775 – 1783).
Cuando en el año 1775 comenzaron a producirse los primeros indicios de sublevación por parte de los americanos que habitaban en las Trece Colonias Británicas, su ejército comenzó a prepararse para el conflicto que se avecinaba. Una de las medidas que puso en práctica fue conceder la libertad a todo esclavo que abandonase a su dueño y pasase a engrosar sus filas. El primer contingente de negros que acudió a tal llamada formó parte del Regimiento Real Etíope. En sus casacas bordaron las palabras Liberty to Slaves. El resto del equipamiento fue el mismo que el de los soldados británicos. Aunque estos perdieron la guerra fueron consecuentes con la promesa dada a los esclavos y enviaron a todos los que pudieron a Gran Bretaña antes de que cayeran en manos de sus antiguos dueños.
Fue necesario que trascurrieran tres años de guerra antes de que el otro bando moviera ficha en relación con la posible incorporación de los negros en sus milicias.
El 23 de febrero de 1778, el general George Washington logró de la Asamblea General de Rhode Island el permiso para reclutar afroamericanos, además de un importante montante económico para poder pagar a los dueños de las plantaciones por todos los esclavos que eligieran enrolarse en su ejército. De esta manera se creó el 1º Regimiento de Rhode Island que se convirtió en el primero compuesto íntegramente por soldados negros. El general Washington puso al frente del mismo al coronel Christopher Greene, al teniente coronel Jeremiah Olney y al mayor Sam Ward evidentemente blancos.
Los 197 soldados y sus mandos recibieron su bautismo de sangre en la batalla de Rhode Island el 29 de agosto de 1778. A partir de esta acción al 1º Regimiento de Rhode Island se le consideró de elite por su bravura en el campo de batalla demostrándolo con creces en sucesivos combates.
Se estima entre 5.000 y 8.000 los soldados negros que participaron en la Guerra de Independencia y la mayoría de ellos provenientes del norte de América, ya que las asambleas generales de territorios situados en el Sur no los aceptaron en sus milicias. De ese total, los que sobrevivieron a la conflagración se convirtieron en ciudadanos libres, pero no recibieron ningún tipo de ayuda económica por parte del gobierno de la nación.

Durante la Guerra Civil Norteamericana, los Estados del Norte reclutaron cerca de dos millones de soldados de los cuales alrededor de 186.000 fueron negros que formaron sus propios batallones.

Julia Ward Howe vino a este mundo en el seno de una pudiente y distinguida familia el 27 de mayo de 1819 en Nueva York. Su padre fue un próspero banquero, su abuelo, el teniente coronel Samuel Ward, participó activamente en la Guerra de la Independencia estadounidense, su bisabuelo, Samuel Ward, ocupó el cargo de Gobernador en la entonces colonia de Rhode Island.
Julia Ward Howe, con veinticuatro años, contrajo nupcias con el doctor en medicina y héroe de la Guerra de Independencia de Grecia, Samuel Gridley Howe, compaginando a partir de entonces las tareas de ama de casa con un decidido activismo social en favor de los derechos de los negros, del pacifismo y del sufragio para las mujeres.
En el segundo año de La Guerra Civil Norteamericana, Julia Ward se encontraba descorazonada pensando en la poca ayuda que podía prestar a los soldados que luchaban en los campos de batalla o que permanecían cautivos del enemigo. Hubiese deseado encontrarse en primera línea de fuego junto a sus vendas, sus mantas y sus ungüentos atendiendo a todos y cada uno de los soldados que caían heridos, o visitando las cárceles ofreciendo comida y consuelo a los prisioneros de guerra. La imposibilidad de alcanzar, ni siquiera mínimamente esos objetivos, le carcomía las entrañas del alma
En ese año de 1862, a Julia Ward le invitaron a asistir, cerca de la ciudad de Washington, a una revista militar. Los soldados en formación desfilaron por delante de ella cantando muchos de ellos esa canción que se había puesto tan de moda en aquellos tiempos y que comenzaba: El cuerpo de John Brown se descompone en la tumba.
A la Sra. Howe se le encogió el corazón y el desasosiego empezó a apoderarse de su alma a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas. En ese momento el predicador James Freeman Clark, su compañero de carruaje, le empezó a hablar. Y a tenor de lo establecido por los historiadores bien se podría haber entablado una conversación entre ellos como la que sigue:

-Veo que se ha emocionado, Sra. Howe, al escuchar esa canción sobre John Brown que cantaba la tropa.
-John Brown está muerto, Rev. Clark, si es que la canción se refería al mismo hombre que ajusticiaron por intentar un imposible. Ahora su causa es nuestra causa, pero yo soy una pacifista y no me encuentro a gusto ni en esta ni en ninguna otra guerra, aunque soy consciente de que hay algo que impulsa a los hombres a dirimir de una manera tan dramática las cuestiones que nos afectan, sean estas lícitas o no. La historia nos muestra que eso es así. ¿Podremos algún día, Rev. Clark, cambiar el signo de la historia? ¿Podremos vivir en paz bajo la sombra del buen Dios?
-Sra. Howe, usted no puede cambiar por si sola el curso de la historia, eso sólo está en manos del Hacedor, pero creo que sí puede contribuir a su causa. Le pido que recuerde la canción que ha escuchado y le escriba una letra que no hable de guerras sino de paz y de amor. Una letra que convierta a la canción en un himno para nuestro país, sin vencedores ni vencidos. Un himno patriótico para todos los norteamericanos. Que permanezca en la mente de los hombre y mujeres con el paso de los tiempos y que se interprete en los grandes momentos de nuestra nación, que estoy seguro de que vendrán después de estos tiempos terribles.
-No sé si estos momentos son propicios para escribir letras de canciones, pero le agradezco su ofrecimiento, ya que ello puede conseguir que mi mente se olvide del tiempo presente y haga que los demonios que pueblan mis pensamientos se diluyan en el más allá.

Esa noche, Julia Ward se acostó y en sus pensamientos no aparecieron los consabidos diablos que desde hacía semanas moraban en su interior. Algo bello y hermoso estaba tomando cuerpo en su mente. Se levantó de la cama, encendió la lámpara y tomando lápiz y papel comenzó a escribir:

Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor
Arrasando la cosecha de las uvas de la ira
Y ha desatado los rayos de su temible y rápida espada
Su verdad avanza implacable.
Gloria, gloria, aleluya (3x)
Su verdad avanza implacable.

Le he visto en las hogueras de cientos de campamentos
Le han construido un altar en el rocío y  en la humedad de la noche
Leo su justa palabra a la luz de las lámparas
Su día avanza implacable
Gloria, gloria, aleluya (3x)
Su día avanza implacable.

 He leído un fiero evangelio en los pulidos surcos de acero:
“Según trates a los que te aborrecen, así te tratará mi gracia”
Que el héroe, nacido de mujer aplaste la cabeza de la serpiente.
Pues Dios avanza implacable.
Gloria, gloria, aleluya (3x)
Pues Dios avanza implacable.

 Ha hecho sonar la trompeta que jamás llama a retirada
Ha colocado los corazones de los hombres ante el trono del Juicio
Alma mía, acude presta a responderle; pies míos caminad jubilosos
Nuestro Dios avanza implacable.
Gloria, gloria, aleluya (3x)
Nuestro Dios avanza implacable.

En la belleza de los lirios Cristo nació al otro lado del mar
Con la gloria en su pecho que nos va a transfigurar
Al igual que él murió para santificar al hombre,
muramos nosotros para hacerlos libres
Mientras Dios avanza implacable.
Gloria, gloria, aleluya (3x)
Mientras Dios avanza implacable.

A esta poesía Julia Ward Howe le puso el título de El Himno de Batalla de la República y fue publicada por primera vez en febrero de 1862 en la revista cultural The Atlantic Monthly, fundada en Boston en el año 1857 y que en la actualidad se sigue difundiendo diez veces al año.

Durante la Guerra Civil, The John Brown’s Body fue mucho más popular que The Battle Hymn of the Republic, pero según pasaron los años fue conquistando el favor de los norteamericanos. Theodore Roosevelt (presidente de los USA desde 1901 hasta 1909) trató de convertirlo en el himno oficial del país, pero no pudo convencer a los políticos sureños para que su deseo fuese una realidad. Por décadas ha sido cantado en las convenciones tanto del Partido Demócrata como del Republicano.
Hoy en día su influencia está asociada a las ocasiones solemnes. Los 25.000 norteamericanos, blancos y negros, que acompañaron a Martin Luther King jr. en su marcha de Selma a Montgomery en marzo de 1965, cantaron el himno como broche final. Este fue interpretado en los funerales de los presidentes: Kennedy, Johnson, Nixon y Reagan. Así mismo lo fue con motivo de la inauguración del segundo mandato del presidente Obama.

El mundo del jazz también se ha hecho eco de The Battle Hymn of the Republic y varios de sus músicos han mostrado su arte haciéndola suya. He elegido para la ocasión la magnífica interpretación instrumental que realizó el pianista jamaicano Monty Alexander junto al contrabajista John Clayton y al baterista Jeff Hamilton en el festival de jazz de Montreux, el 10 de junio de 1976. Alexander tiene al público totalmente entregado desde que suenan las primeras notas de la canción en el piano. Vale la pena escucharlo.

Es más que probable que una canción de plantación compuesta por uno o varios esclavos con el único fin de divertirse casi se convierte, por los acontecimientos que se van sucediendo a lo largo de los años, en el himno nacional de los EE.UU. La música tiene ese mágico poder.

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