La Nueva Orleans de Jelly Roll Morton

Familia Creole
Compra de Louisiana 1803
Jelly Roll Morton
French Opera House en New Orleans
Creoles en The French Opera House
Bud Scott
Concierto en The French Opera House
La casa donde vivió Mamie Desdunes
Bunk Johnson
Prostituta en Storyville
Jelly Roll Morton
Jelly Roll Morton
Ilustración de un «parlor»
Jelly Roll Morton
Alan Lomax
Jelly Roll Morton
Wynton Marsalis
Marcus Roberts
La Nueva Orleans de Jelly Roll Morton

No todos los estudiosos de la Historia de Louisiana otorgan el mismo significado al término “creole”. Yo voy a utilizar en este artículo la acepción que sostienen que un creole es todo aquel que en su línea de ascendientes se encuentran tanto europeos (preferiblemente franceses) como africanos y esas raíces son anteriores a la Guerra Civil Norteamericana. También se les conoce como “Creoles de color”.

En la temprana Louisiana, y en particular en Nueva Orleans, los creoles gozaron de unos derechos políticos, culturales y legales que les fueron negados a toda persona libre con ascendencia africana en el resto de los territorios que hoy en día conforman los EE.UU.
Este colectivo, que se construyó una identidad autónoma, que creó una especie de tercera raza, jugó un papel muy importante en el desarrollo de la ciudad de Nueva Orleans.
A finales del siglo XVIII los creoles, con una fuerte influencia de la Iglesia Católica (tanto francesa como española) ya se habían convertido en un colectivo respetado en el que figuraban desde dueños de grandes propiedades a hábiles artesanos o cualificados comerciantes.
Para lograr este status, tanto social como económico, fue imprescindible que las leyes de Louisiana les otorgaran el mismo tratamiento que a los ciudadanos blancos en cuanto a los derechos sobre la propiedad y sobre todo tipo de transacciones y contratos económicos. Asimismo, esas leyes les habilitaron la posibilidad de presentar querellas civiles contra todo tipo de personas, incluidas las blancas.

Cuando los norteamericanos compraron el territorio de Louisiana (que tenía una extensión de un tercio de lo que es hoy en día los EE.UU.) a los franceses en 1803 los creoles siguieron manteniendo su status. La Guerra Civil Norteamericana terminó en 1865 y significó la abolición de la esclavitud, pero también dio lugar a que esa línea divisoria entre creoles y negros desapareciera. De esos dos colectivos claramente diferenciados, hasta ese momento, se pasó a uno que aglutinó a todas las personas que los formaban: colored people (personas de color).
Las relaciones entre las personas de color y las personas blancas, a partir de entonces, se basaron en unas leyes conocidas como “Jim Crow” las cuales consagraron el principio de “iguales, pero separados”. Y los creoles de Louisiana, de Nueva Orleans, sufrieron las bochornosas consecuencias de esas leyes racistas. Muchas familias de creoles, sobre todo las más adineradas, abandonaron el país para instalarse sobre todo en Francia o México donde no iban sufrir el azote del racismo.

Jelly Roll Morton nació como Ferdinand Joseph Lamothe en el seno de una longeva y orgullosa familia creole posiblemente el 20 de septiembre de 1890. Su padre fue Edward Joseph Lamothe, creole, nacido en Nueva Orleans el 7 de agosto de 1865 y fallecido en la misma ciudad el 3 de abril de 1938. Contratista de obras y albañil de profesión. Su madre Louise Hermance Monette, creole (de tez muy blanca), nacida y fallecida en Nueva Orleans, el 10 de abril de 1871 y el 24 de mayo de 1906, respectivamente. Louise al quedar viuda en 1894 se casó con William Mouton y de esta unión nacieron las dos hermanastras de Ferdinand, Eugénie Amède (1897) y Frances “Mimi” (1900).
La familia de Ferdinand eran unos auténticos melómanos, pero detestaba a todos aquellos músicos que se dedicaban a tocar música ligera, vulgar o populachera, ya que consideraba que rayaban a la misma altura que los vagabundos o los pedigüeños. Excepción hecha de los intérpretes que integraban la gran orquesta de la French Opera House – a la que además apoyaban económicamente – todos los demás no dignificaban a la profesión, ni lograban crear arte, cuando transformaban en bellos sonidos las notas escritas en las partituras.

Ferdinand soñaba con convertirse, algún día, en un gran pianista y ser admitido en la French Opera House, pero con ese instrumento y a finales del siglo XIX cualquier adolescente tenía un problema añadido al de su propio aprendizaje: “…de hecho yo quería tocar el piano, pero en aquellos años ese instrumento era más propio de una señorita. Por lo tanto, pensaba que si tocaba el piano… se podría llegar a un malentendido”.

Fotografía de la colección de W. E. B. Du Bois – 1899

En el trascurso del siglo XIX el piano se popularizó extraordinariamente, tanto en Europa como en los EE.UU., y toda familia que se preciase colocaba uno en el salón de su casa. Esa misma institución estableció que fueran las hijas las que se dedicaran, principalmente, al aprendizaje del citado instrumento. Incluso se comentaba que les ayudaba a contraer matrimonio.
No es de extrañar que con la mentalidad de entonces y que asociaba piano-señorita-matrimonio, el joven Ferdinand se decantase, con el beneplácito de su familia, por la guitarra. Cuando llevaba unos cuantos meses inmerso en el aprendizaje de este instrumento tuvo la mala fortuna de escuchar a Bud Scott, uno de los mejores guitarrista de la época, y fue consciente de que jamás podría llegar a su altura, por mucho que se empeñara, y el piano empezó de nuevo a revolotear por su mente.
Ferdinand necesitaba un empujón para que sus manos empezaran a desplazarse con precisión por las teclas blancas y negras y olvidarse de que eso era una cosa de “niñas”. Esa pequeña ayuda se la proporcionó la French Opera House. “Una noche, mis amigos y yo fuimos a presenciar un concierto a la French Opera House. De repente me di cuenta de que el pianista no llevaba el pelo largo. Esa fue la vez que decidí que ese instrumento era tan válido para un caballero como para una señorita”.

Ferdinand tuvo dos profesores de piano. El Sr. Nickerson, que impartía sus clases en la St. Joseph University de Nueva Orleans, le proporcionó una excelente educación musical dentro de la ortodoxia clásica. El otro profesor fue una mujer que se la conocía como Mamie Desdunes y era vecina de la madrina de Ferdinand.
No está muy claro cuál fue el año en el que vino al mundo, Mamie Desdunes. Los historiadores lo sitúan entre 1879 y 1881. Sí parece confirmado que ella fue fruto de las relaciones que  mantuvo Rodolphe L. Desdunes, una de las figuras más prominentes de la comunidad creole de Nueva Orleans, con su amante Clementine Walker una mujer de tez oscura.
El músico Bunk Johnson le describió al musicólogo Alan Lomax un semblante de esta mujer en el año 1949: “Yo conocí realmente bien a Mamie Desdunes. A ella le contrataban muy a menudo para que cantara su repertorio de blues, acompañándose de su piano. Era muy elegante, bastante guapa y siempre lucía una melena preciosa. Además, era una persona muy activa. Solía usar un piano trasportable con el que se desplazaba para actuar en las salas de baile de Perdido Street. Cuando Hattie Rogers o Lulu White la contrataban para tocar en sus respectivos prostíbulos, los hombres blancos iban a verla en tropel, circunstancia que las fulanas aprovechaban para acicalarse”.
Ferdinand, ya como Jelly Roll Morton, le relató a Alan Lomax lo siguiente: “El blues que yo titulé ‘Mamie’s blues’ fue uno de los primeros que escuché en mi vida y gracias a una mujer que vivía al lado de mi madrina en Garden District. Su nombre era Mamie Desdunes. Tenía dos dedos cortados en su mano derecha, así que tocaba solo con tres. Ella interpretaba blues como este durante todo el día, desde que se levantaba hasta que se acostaba”.
Los musicólogos especulan hasta qué punto fueron importantes los conocimientos que Mamie Desdunes le transmitió a Jelly Roll. No solo le enseñó lo que es un blues sino también una personal manera de interpretarlo donde, presumiblemente, los ritmos cálidos cubanos estaban presentes. Lo que Jelly Roll definiría más adelante como el “spanish tinge” (tinte hispano).  

El primer trabajo que consiguió el joven Ferdinand, con unos 13 años, fue en la Brooklyn Cooperage Company de Nueva Orleans sellando barriles. Su salario ascendía a 15$ al mes.
En esa misma época, él y sus amigos se adentraron un sábado por la noche en las concurridas callejuelas de Storyville, el barrio de las luces rojas, donde hombres de todas las nacionalidades inimaginables no quitaban ojo a las jóvenes que desde sus “cribs” y con escasa ropa les sonreían maliciosamente.
Los compañeros de Ferdinand se fijaron en que en las puertas de un pequeño prostíbulo había un anuncio que pedía un pianista y le animaron a que entrara y demostrara a los allí presentes todo su talento musical.
Después de muchos tiras y afloja, Ferdinand se vio sentado frente al piano del local y entre los gritos de ánimo de sus colegas comenzó con su recital. Al cabo de unas cuantas canciones había conseguido unos 20$ en propinas. La dueña del prostíbulo le preguntó si quería convertirse en el “professor” de la casa. A ella le dijo que no y además no aceptó las propinas.
Ni que decir tiene que los compañeros de fiesta del pianista se ocuparon, en los días posteriores de su debut en Storyville, a llenarle la cabeza con todo tipo de ideas que convergían en la excelente oportunidad que tenía de ganar un montón de dinero con solo sentarse frente a un piano y tocar.
A Ferdinand le preocupaba sobremanera la reacción de su familia en el caso de que se decidiera a trabajar en el barrio del vicio, ya que tenía el pleno convencimiento de que sus atrevidas pretensiones se iban a encontrar con un absoluto y total rechazo. Pero también le pesaba como una losa los 15$ que ganaba al mes y el tipo de tarea que realizaba.
Al final optó por volver al prostíbulo y preguntarle a la “madame” qué era lo que realmente significaba, económicamente hablando, convertirse en el “professor” del local. Ella le ofreció un salario de 1$ por noche, algo que Ferdinand rechazó, pero acto seguido le explicó que ese dinero significaba un montante fijo que recibiría, aunque no entrara ningún cliente en el burdel, pero que tal y como estaba el negocio le podía prácticamente garantizar unos 5$ por noche, más propinas, siempre y cuando no se metiera en líos.
Al cabo de unos pocos días, Ferdinand, y sin decir nada a su familia, ya se había convertido en uno más de los habituales “professors” de Storyville.
En unas pocas semanas se pudo comprar un elegante traje, un sombrero Stetson y un par de botas tipo St. Louis. Jamás en su vida había estado tan elegante.
De tal guisa quiso presentarse en su casa para que le admiraran sus familiares y, justo cuando se encontraba en la puerta del porche, se encontró con su bisabuela Mimi Pechet que venía de asistir a misa. La buena señora se extrañó de que su biznieto luciera semejantes galas y le comentó que dudaba mucho de que su actual ocupación le diera para estar tan sumamente refinado.
Ferdinand no tuvo más remedio que relatarle la verdad a su bisabuela y ella le espetó en francés: “Tu madre ha partido a mejor vida y no puede cuidar de sus pequeñas hijas. Ella nos dejó a Amède y a Mimi para educarlas y lograr que lleguen a ser unas chicas decentes. Un músico es un holgazán y un granuja. No quiero que te acerques a tus hermanas. Cuento con que abandones esta casa”. Y le cerró la puerta del porche en sus narices. Encontró otra abierta en casa de su adinerada madrina Laura Hunter que sin hacer demasiadas preguntas le acogió en su seno.
Este fue el momento en que Ferdinand desapareció y entró en escena Jelly Roll Morton.

Los estudiosos opinan que el pianista que aparece de espaldas en el «parlor» de la «madame» Hilma Burt es Jelly Roll Morton

Durante dos años fue subiendo posiciones en el escalafón de los “professors” y consiguió que su música, compuesta principalmente por ragtimes, cuadrillas francesas, melodías populares y éxitos operísticos, sonara en los elegantes “parlors” de los prostíbulos de las reinas de la noche de Storyville: Countess Willie V. Piazza, Josie Arlington, Lulu White, Antonia Gonzalez, Hilma Burt y Gypsy Schaeffer. Sus reinos estaban todos ellos ubicados en Basin Street. Un “professor” no podía llegar más alto.
Después de esos dos años de lucrativo peregrinaje por los burdeles de Storyville,
Jelly Roll decidió convertirse en un pianista itinerante y durante doce años viajó, casi siempre formando parte de algún “minstrel show” por la mayoría de los estados del sur de los EE.UU., llegando incluso en alguna ocasión hasta Nueva York.
Y lo que aconteció bien puede ser motivo para escribir otro artículo.

En el año 1938 el folclorista y musicólogo norteamericano Alan Lomax entrevistó a Jelly Roll Morton en The Library of Congress. Durante esas sesiones el músico también interpretó varias canciones. Una de las cuales fue la titulada “Mamie Desdunes” que fue el primer blues que Jelly escuchó en su vida interpretado por Mamie. Esta es mi propuesta musical.

Una de las mejores composiciones de Jelly Roll Morton será, sin duda, “King Porter Stomp” (1905). El músico relató así su historia: “King Porter Stomp” fue el primer “stomp”, o la primera canción que utilizó la palabra “stomp” como parte de su título en los Estados Unidos. Para mí es muy importante dejar claro este hecho, no sé cuál es el significado de “stomp”. A lo mejor no tenga ninguno, sólo pensé que a la gente le gusta golpear el suelo (stamp) con sus pies y decidí que la palabra “stomp” era la adecuada. Quiero resaltar que este tema está dedicado a un gran amigo mío, y excelente pianista, ahora ya muerto. Un caballero de Florida, un atento caballero con una extraordinaria educación musical, mucho mejor que la mía. El nombre de este caballero era el de Sr. King, Porter King.”
Os dejo al trompetista Wynton Marsalis acompañado del pianista Marcus Roberts interpretando en directo en 1989 el tema “King Porter Stomp”.

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