Louis Armstrong: What a Wonderful World

Louis Armstrong
Mayanne – Madre de Louis Armstrong
La banda de la Colored Waif’s Home Brass Band
Marching Band
Louis Armstrong
Louis Armstrong
Trompeta de Louis Armstrong
Louis Armstrong All Stars; Louis Armstrong; Cozy Cole; Jack Teagarden; Arvell Shaw; Barney Bigard; Earl «Fatha» Hines
Louis Armstrong & Jack Teagarden
Lápida de Louis Armstrong en el Cementerio Flushing de Queens, Nueva York
Louis Armstrong & His Hot Five: Louis Armstrong; Johnny St.Cyr; Kid Ory; Johnny Dodds; Lil Hardin; 1925
Louis Armstrong; The Bal Tabarin; Salón de Baile; Los Angeles; Fotógrafo: Bob Willoughby- 1950
Louis Armstrong; Barbra Streisand; Hello Dolly_pelicula; 1969
Louis Armstrong: What a Wonderful World

Ciertamente fue una buena y atinada jugada por parte del destino que su último éxito se titulara: “Qué mundo tan maravilloso”. Quizás él le premió, ya que durante toda su existencia se comportó como un excelente comunicador, ofertando algo tan hermoso como es la música. Quizás todo aconteció por esas gotas de sudor que resbalaban por su frente y que brillaban, como diminutas perlas, al verse sometidas a la luz de potentes focos directos, mientras él sujetaba un pañuelo blanco en la misma mano con la que sujetaba su trompeta. Quizás, porque negro fue el color de su piel y el caprichoso destino le debía alguna disculpa que otra. Quizás porque en el fondo todos necesitamos creer en el mensaje que nos trasmitía: “Qué mundo tan maravilloso”. Todos sabíamos, y más el destino, que eso no era cierto, pero él, Louis, lograba siempre engañarnos.

Veo árboles verdes y también rosas rojas / Los veo florecer para ti y para mí / Y me digo a mí mismo, qué mundo tan maravilloso/ Veo cielos azules y blancas nubes / La luz bendice al día, la oscuridad santifica la noche / Y me digo a mí mismo, qué mundo tan maravilloso / Los colores del arco iris están tan bonitos en el cielo / también en las caras de la gente que pasea / Veo a mis amigos dándose la mano, diciendo qué tal estas / aunque lo que desean realmente demostrar es que te quieren / Veo bebés llorando, los veo cómo crecen / Aprenderán mucho más de lo que yo he logrado conocer / Y me digo a mí mismo, qué mundo tan maravilloso

Pops, Satchelmouth, Dippermounth y Satchmo, fueron los apodos de Louis Armstrong, ese gran hombre que nació en el único lugar del mundo donde el sino se lo permitió: la ciudad de Nueva Orleans. Su infancia no fue maravillosa, su padre William abandonó el seno familiar siendo Louis un niño; su madre Mayanne, prostituta ocasional, le envió a vivir con su abuela Josephine. Con 11 años le arrestaron por jugar con una pistola de verdad en plena calle:
“Íbamos bajando por Rampart Street cuando cargué mi pistola y empecé a disparar al aire, algo que a mis amigos pareció excitarles mucho. Nada más acabar con mi último cartucho vi dos grandes armas que me apuntaban por detrás. La noche era fría, pero el sudor que empezó a recorrer mi cuerpo lo era todavía más. Mis amigos echaron a correr, yo me di la vuelta y vi a un alto detective blanco que había presenciado toda mi actuación. Yo empecé a llorar y a presentar todo tipo de excusas”.
– “Por favor, señor, no me arreste… No lo haré nunca más… Por favor… Déjeme que vaya con mi mama… Nunca más lo haré”.
A Louis Armstrong no le valió de nada su arrepentimiento, ya que al día siguiente fue juzgado y recluido en un correccional Waif’s Home, donde permaneció hasta el 16 de junio de 1914.
En el reformatorio formó parte de la banda de la institución y su director, el Sr. Peter Davis – que tiene el honor de ser su primer profesor musical – le entregó para su disgusto una pandereta, esa pequeña cosa para tocar con los dedos, cuando su sueño era que ellos palparan el pulido metal de los pistones de una corneta. Sin embargo, el ritmo estaba tan incrustado en el alma de Louis que el impresionado profesor le adjudicó rápidamente un hermoso tambor. Cuando la banda se quedó sin su saxofonista alto, el director le propuso que intentara ocupar su lugar, él lo hizo de mil amores ya que el saxofón alto se acercaba más a su instrumento ideal.
El día en que los padres del corneta de la banda llegaron al reformatorio para recoger a su hijo fue determinante para Louis ya que el Sr. Davis le ofreció su puesto. La primera canción que le enseñó a tocar fue “Home, sweet home” y su forma de vivirla le sirvió para convertirse en el líder de la formación.
Louis Armstrong como jefe de la banda de los Colored Waifs’ Home Boys recorrió, embutido en su uniforme de tonos blanco y azul, las calles de Nueva Orleans emulando por primera vez, a sus héroes King Oliver, Bunk Johnson, Freddie Keppard o Henry Allen que al frente de sus respectivas formaciones fueron la envidia del joven músico mientras iban marchando por la calle Liberty y Perdido donde él había pasado una buena parte de su niñez.
Louis Armstrong abandonó el reformatorio con 14 años y, aparte de buscarse varios trabajos para poder sobrevivir, ya nunca dejó de tocar su instrumento bien en marching bands o en pequeñas formaciones que llenaban con su música esos bares de baja estofa llenos de humo, con olor a perfume de mujer y a alcohol, y que se conocen como honky tonks.
El Sr. Peter Davis le ayudó a Louis a colocar la primera piedra en ese largo puente – aún sin terminar – que él empezó a construir y que años más tarde recibiría el nombre de jazz. Miles Davis dijo: “Cuando me pongo a tocar la trompeta sé que no saldrá nada de ella que antes no lo haya hecho, Louis Armstrong”.

“Louis había iniciado el último coro y daba la impresión de que no podía acabarlo. El público estaba expectante en las butacas, las bocas entreabiertas y los ojos fijos en el escenario. Cada vez que Louis se internaba en uno de esos estremecedores gemidos, nosotros temblábamos de miedo. La sala estaba petrificada.
De repente Charlie “Big” Green, el trombonista, rompió en lágrimas y en medio del coro abandonó corriendo la tarima. Apelando a las tácticas más sutiles del consumado batería que era, Chick Webb transmitía sus sentimientos en síncopas y redobles, ofreciéndole a Louis todo el apoyo posible mientras las lágrimas le rodaban la cara.
Entre notas sofocantes y ensangrentadas, Louis inició la tortuosa ascensión hacia el Fa sobreagudo. Era como el hijo pródigo que, enfermo y cansado de vagar por el mundo, divisa por fin su hogar y decide volver antes de que el corazón se pare. Y entonces, con el último hálito que le quedaba, Louis se estiró y, arrastrándose, en el último y crispado segundo alcanzó el Fa superior.
Conmoción y escalofríos recorrieron el teatro. La sala entera temblaba hasta que estalló en aplausos. Y Louis en el escenario acunando la trompeta, jadeante, lamiéndose la sangre del labio, arreglándose no obstante para sonreír, inclinarse y sonreír de nuevo para que la gente no notara nada.
Corrí al camarín y lo encontré secándose el sudor de la cara. Tenía toda la ropa empapada, chorreante. Pero como un galante guerrero de antaño sonrió y dijo: “No fue fácil, Mezz, pero así es la vida. ¡Ja, ja!
Entonces yo me metí un poco de opio en la boca y nos fuimos a festejar la Nochevieja” (1)

Louis Armstrong no inventó el jazz, aunque anduvo muy cerca de hacerlo. Lo que sí logró fue crear un vocabulario mediante el cual consiguió convertirlo en la expresión artística más genuina de su país. Ejerció una total influencia en toda la música que vino después y no hay ningún músico que no lo reconozca.
«Si los historiadores tuvieran que elegir a un individuo que personificara la cultura americana del siglo XX, la candidatura debería de recaer sobre el músico de jazz, Louis Armstrong”.

A pesar de esa frase, Louis Armstrong fue objeto de ciertos rumores malintencionados, que provinieron de algunos sectores de su propio colectivo, que le acusaron de haber sido demasiado simpático con los blancos, de haberse convertido en una especie de bufón a su servicio. Lo cierto es que desde el año 1929 no se cansó de interpretar, ante cualquier tipo de audiencia, una canción que Fats Waller compuso para el musical “Hot Chocolates” y titulada “Black and blue”. Su letra dice así:
Fría y vacía cama, muelles duros como el plomo / Siento como si el demonio me quisiera muerto / ¿Qué hice yo para ser negro y estar tan triste? / Incluso los ratones se escapan de mi casa, se ríen de mí y me desprecian / ¿Qué hice yo para ser negro y estar tan triste? / Soy blanco por dentro, pero eso en mi caso no me ayuda porque no puedo esconder lo que hay en mi cara / ¿Cómo terminará esto?  / Ni siquiera tengo un amigo, mi único pecado está en mi piel / ¿Qué hice yo para ser negro y estar tan triste?

A finales de los años 40, a la vez que el be bop empezaba a dejar su imborrable huella en el mundo del jazz, el viejo estilo de música de Nueva Orleans de los años 20 se puso de nuevo de moda. El “dixieland” renació, tuvo su “revival”.
Esa fue la razón por la cual Joe Glaser, manager de Louis Armstrong, le aconsejó al trompetista que disolviera su big band y formara una nueva banda al estilo de Nueva Orleans con media docena de músicos. Así nació, en el año 1947, The Louis Armstrong Allstars.
Por esta formación pasaron los más importantes músicos del jazz tradicional como, Barney Bigard, Sid Callet, Earl Hines, la cantante Vilma Middlenton y, sobre todo, su gran amigo el trombonista y cantante, Jack Teagarden, que formó parte de ella desde su comienzo hasta el año 1951.
The Louis Armstrong Allstars fue un grupo que cosechó un gran éxito, no sólo en su país, sino también en todos los grandes festivales de jazz europeos en los que participó.
En el año 1949 la banda de Louis estaba de gira por toda Norteamérica y ésta iba a tener su broche final en Nueva Orleans, en la ciudad que le vio nacer y de la que él estaba muy orgulloso de pertenecer.
Louis Armstrong, días antes de esta anhelada actuación con la que iba a dar por finalizada su exitosa gira estatal, recibió un comunicado del Ayuntamiento de Nueva Orleans en el que se le informaba que se le denegaba el permiso para dar el concierto, ya que el músico, Jack Teagarden, que formaba parte del grupo, era blanco, y una nueva ley municipal prohibía a las bandas interraciales actuar en la ciudad.
Esa fue una de las bofetadas más grandes que le dio la vida a Louis Armstrong. ¿Qué sentiría en ese momento? Difícil respuesta. Lo que sí sabemos son las consecuencias: Louis Armstrong juró que nunca más regresaría a Nueva Orleans. Vivió 22 años más y cumplió su juramento. También dejó claro, por si acaso, que sus restos nunca fueran llevados a su ciudad natal.
Louis Armstrong está enterrado en el Cementerio Flushing de Queens, Nueva York, cerca de la ciudad de Corona, donde residía, y a muchos kilómetros de Nueva Orleans.

Dejó este mundo el 6 de julio de 1971, a la edad de 70 años, mientras dormía en su casa de la ciudad de Corona. A su funeral asistieron más de 20.000 personas y fue emitido por la tele.
Aparte de esos miles de personas, muchas más lloraron su muerte por todo el mundo, sabedoras de que ya nunca le iban a ver en vivo y en directo, aunque en sus retinas aún permanecía su sonrisa, su pañuelo blanco, su trompeta y las brillantes gotas de sudor que resbalaban por su frente.
Es posible que alguien aparezca, en un futuro, con una trompeta y con una voz ronca, y nos vuelva a engañar, a embrujar, a hipnotizar, con la misma clase de magia que empleaba Louis Armstrong, cuando nos cantaba: “Qué mundo tan maravilloso”. Quién sabe, a lo mejor el destino nos tiene preparada otra atinada y buena jugada.

El “scat”, esa forma de cantar en que las palabras son sustituidas por sílabas sin ningún sentido, fue popularizado – quién sabe si inventado – por el trompetista. Todo esto sucedía el 26 de febrero de 1926 a raíz de la grabación de un tema titulado “Heebie Jeebies”, y que ahora os propongo que escuchéis.
El término “Heebie Jeebie” lo podríamos traducir como tembleque o nerviosismo, aunque en la canción compuesta por el saxofonista y violinista Boyd Atkins se refiere a un tipo de baile.
Ese 26 de febrero y en los estudios de grabación en Chicago de la discográfica Okeh, Louis Armstrong estaba cantando el tema de Atkins cuando la partitura con letra incluida se le cayó al suelo. Lejos de parar la grabación Louis continuó interpretando la canción, pero sustituyendo la letra original por sonidos onomatopéyicos sin ningún significado. Esto es lo que siempre relató cuando le preguntaron sobre el origen del “scat” y habrá que darlo por bueno, pero quién sabe si la primera vez que él escuchó esa peculiar forma de cantar fue a un músico callejero, a uno de esos músicos que por las piruetas que da la vida nunca aparecen en ninguna enciclopedia, aunque su desconocida aportación al mundo de la música lo pueda merecer.

Mientras Louis Armstrong estaba de gira por los EE.UU. su manager Joe Glaser le llamó para que acudiera junto a su banda a Nueva York para una sesión de grabación. Se realizó el 3 de diciembre de 1963 y a Armstrong no le gustaron las canciones que le había preparado su manager, pero las grabó. Entre ellas estaba Hello Dolly, una canción de Jerry Herman que estaba a punto de triunfar en el musical del mismo nombre que se estrenó un mes más tarde. Louis Armstrong se olvidó de la canción y continuó con su gira. Al cabo de unas semanas se percató de que el público le repetía una y otra vez Hello Dolly y el trompetista no sabía qué es lo que le estaban pidiendo. Miembros de su banda le comentaron de qué canción se trataba y que la versión que habían grabado había salido en un single unas semanas atrás. Armstrong empezó a tocarla en todas sus actuaciones en directo y en la televisión y consiguió, según la Revista Billboard, llegar a ser la canción más vendida del año 1964 después de “I want to hold your hand” y “She loves you” de The Beatles.
En el año 1965 Louis Armstrong recibió el Grammy a la mejor canción vocal por “Hello Dolly” y aún le quedaba interpretarla en la película del mismo título junto a Barbra Straisend en 1969 que llevó a la canción y a Louis al séptimo cielo.

(1) Extracto del libro “Really The Blues” de Mezz Mezzrow

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