Esta España Nuestra: Los Felices 20

Reyes Castizo «La Yankee»
Ángel Ortiz de Villajos
Carlos Saldaña «Alady»
Reyes Castizo «La Yankee»
La Yankee
Portada del magazine «Life» de febrero de 1926
Llorenç Torres Nin
Esta España Nuestra: Los Felices 20

En esta España nuestra, los años veinte comenzaron siendo monárquicos con el rey Alfonso XIII. Su reinado terminó en septiembre de 1923 como consecuencia del golpe de estado que fue llevado a cabo por el general Miguel Primo de Rivera. La dictadura del general terminó en 1930.

La música que escuchaban y bailaban los españoles en los felices veinte – dejando a un lado la de origen norteamericano – se centraba en el pasodoble con títulos como “El Relicario” compuesto por José Padilla con letra de Armando Oliveros y José María Castellví en 1917. La artista que lo transportó al estrellato, tanto en el Trianón Palace de Madrid, el Olympia de París o el Hipodrome Theatre londinense, fue quizás la más grande cantante, cupletista y actriz de los 20 y los 30: Raquel Meller.
El tango también hacía mella en los melómanos bailantes con títulos como “Fumando espero” compuesto en 1922 por Juan Viladonmat Masanas y letra de Félix Garzo. Ramoncita “La Goya” Rovira fue la cupletista que logró que la canción se hiciera inmensamente popular.
El 13 de mayo de 1927 y en el Teatro Eslava de Madrid se estrenó la que, según los estudiosos, fue la primera gran revista espectáculo española. Su título “Las Castigadoras”. La música de Francisco Alonso. Uno de los números más aplaudidos fue el titulado “Noches de Cabaret” que le sirvió de trampolín a, la hasta entonces cantante de tangos, Celia Gámez que se convirtió en una estrella de revista a la americana. En esta canción está acompañada por el cantante Ramón Serrano.
A principio de los 20 empezaba a dar sus primeros pasos la copla andaluza con canciones como “Cruz de Mayo” con música de Font de Anta y letra de Salvador Valverde. La cantante que la popularizó, como otras del mismo compositor, fue Dora la Cordobesita.
Y no podemos dejar de nombrar a la zarzuela que, aunque ya descendía por la alfombra roja, en la década de los 20 se estrenaron obras como “Doña Francisquita” (1923), El Caserío (1926) o La Pícara Molinera (1928).

Un lustro antes de que comenzaran los años veinte un baile norteamericano ya se estaba infiltrando en España. Se trataba del “fox trot”. Cuentan las crónicas que por esas fechas la ciudad de San Sebastián se había convertido en una de las villas preferidas por la clase alta europea que huía de un continente en guerra y se asentaba en un país neutral. Además, la nobleza española, empezando por la reina regente María Cristina, gustaba de pasar la estación veraniega en la ciudad vasca. Allí, en sus salones de baile y lugares de esparcimiento se bailaba el “fox trot”. Así lo recogió el periodista López Montenegro en un artículo en el “ABC”:

“Es el baile que priva este verano (1915) en San Sebastián. Su danza viene a ser el paso de un guardia civil en una procesión. El baile pasa ahora por un período de decadentismo y el desequilibrio nervioso de nuestra juventud se pirra por la danza epiléptica.  Este es el secreto del “fox”. Lo que ocurre es que aquí nadie sabe todavía cómo debe bailarse. Pero no importa. Es la ventaja que ofrecen las dificultades del baile moderno: son danzas de figuras, de adornos, de complicaciones y cada “quisque” se mueve como le parece oportuno. ¿Bailan 30 parejas? Pues las 30 bailan de modo diferente. Y lo extraño es que las 30 suelen tener razón”.

 El 29 de octubre de 1923, los espectadores que presenciaban la première del musical “Runnin’ Wild” en el New Colonial Theatre de Broadway escucharon cómo la actriz y cantante Elizabeth Welsh interpretaba la canción que cerraba el primer acto mientras el coro de bailarinas daba los primeros pasos de un nuevo baile que iba a eclipsar a todos los que existían por entonces en los U.S.A. Además, se iba a convertir en el icono por excelencia de los felices años 20. La música que sostenía a ese baile la había compuesto el pianista afroamericano de “stride” James P. Johnson. La canción se llamaba igual que el baile: charleston. Y esta es letra que le escribió Cecil Mack:

Carolina, Carolina, al final ya saben dónde estás en el mapa
Por una nueva canción, una divertida canción con un toque especial
Ya no es necesario que te muevas y saltes con el fox-trot, two-steps o con el swing
Si no tiene ningún problema con tus pies puedes ejecutar estos movimientos y hacerlo genial
Charleston, Charleston creado en Carolina. Algo de baile, algo de caracoleo Yo te diré que no existe nada mejor que el Charleston, Charleston
Señor, cómo puedes moverte, cada paso que das te conduce a algo nuevo
Te diré que es excepcional
El claqué y el “shuffle” son bailes antiguos, pero el Charleston el algo novedoso
Alguna vez lo bailaras, bailarás el Charleston creado en Carolina del Sur

El 2 de octubre de 1925, se estrenó en Paris la “Revue Nègre” siendo su figura principal Josephine Baker. Esta actriz, bailarina y cantante enseñó en la capital más hedonista del mundo los pasos del charlestón, además de su hermoso cuerpo de ébano que consiguió que los franceses se dieran de cuenta, por primera vez, de que lo negro es bello.
El charleston saltó de París al resto de Europa. Entre los países se encontraba esta España nuestra.

Si tuviésemos que elegir a la “Josephine Baker Española” entre las artistas de los años veinte de nuestro país, en la mayoría de los boletos aparecería el nombre de “La Yankee”.

Reyes Castizo Bello “La Yankee” nació en la ciudad Sevillana de Dos Hermanas el 18 de marzo de 1905. Comenzó su vida artística de niña, bailando con su hermana Salud en locales sevillanos y con el nombre de “Granito de Oro”. Con quince años ya empezó a volar en solitario y gracias a sus atributos físicos despuntó en lo que los hermanos Quintero definieron como “género ínfimo”. Un espectáculo nacido a principios del siglo XX, donde las cantantes y bailarinas actuaban con muy poca ropa y en algunos momentos carentes de ella.
En el año 1926, después de actuar en los más conocidos salones madrileños dedicados a ese tipo de espectáculo, “La Yankee” se desplazó a París con la intención de aprender los nuevos bailes internacionales. En la capital del Sena logró actuar en el mismo escenario que Josephine Baker y evidentemente le copió toda su coreografía. Volvió a España a finales de ese mismo año.

El 22 de enero de 1927, se estrenó en el Teatro Victoria de Barcelona un “sainete con gotas de revista” según lo definieron sus autores: Jacinto Guerrero, música, con libreto de Enrique Paradas y Joaquín Jiménez. A la revista musical le pusieron el nombre de “El Sobre Verde”. Esta obra está considerada como una de las piedras angulares de los espectáculos frívolos de los felices 20. En ella se hace un repaso a los bailes tradicionales como el chotis o el tango y además se presenta el nuevo baile de moda que reina en toda Europa: el charlestón.
Para su estreno en Madrid, la empresa no reparó en gastos y para bailar el charlestón le contrataron a “La Yankee”. Ella apareció en escena realizando una perfecta imitación de Josephine Baker ataviada exclusivamente con su famoso cinturón de plátanos. Causó furor entre los espectadores.

El músico Jacinto Guerrero vio todas las posibilidades artísticas que le ofrecía “La Yankee” y escribió varias revistas pensando en ella. En noviembre de 1927, estrenó la titulada “Las Alondras” ambientada en el París estudiantil y donde “La Yankee” se llevó la mayoría de los aplausos.

El músico almeriense Ángel Ortiz de Villajos y los letristas Alfonso Jofre y Mariano Bolaños escribieron un charlestón con el título de “Madre, cómprame un negro”. En un principio le ofrecieron la canción a Vicentita Jofre que la presentó en el Teatro Sarmiento de Buenos Aires en el año 1927 y pasó totalmente desapercibida. A la vista de ese fracaso, los autores decidieron que de ahí en adelante fuera “La Yankee” quien la cantase. A partir de septiembre de 1928 empezó a interpretarla sobre los escenarios españoles. El éxito fue total y “La Yankee” la mantuvo dentro de su repertorio mientras estuvo en activo.
En el año 1929, grabó a dúo con el cómico barcelonés Carlos “Alady” Saldaña el tema “Madre, cómprame un negro” que consiguió que toda España se enterara, si es que faltaba alguno, de la existencia del charlestón.
La letra que Alfonso Jofre y Mariano Bolaños escribieron es la siguiente:

Son tantos los negros que han venido para enseñar el charlestón
Que las mamás se ven “morads” para evitar ir al bazar
Donde esas muestras de chocolate a los pequeños hacen exclamar:
Madre, cómprame un negro, cómprame un negro en el bazar
Que baile el charlestón y que toque el jazz band
Madre yo quiero un negro, yo quiero un negro en el bazar
El otro día papá me dijo: Anda nenita vete al bazar
Y al ir allí un negro vi y yo a papá le dije así:
Este es Domingo nuestro vecino, un gran amigo de mi mamá
Madre cómprame un negro, cómprame un negro en el bazar
Que baile el charlestón y que toque el jazz band
Madre yo quiero un negro, yo quiero un negro para bailar

El término “jazz band” que aparece en el quinto verso, tenía un doble significado en aquellos años: jazz band = banda de jazz; jazz band = batería. Ese verso quería expresar: “Que baile el charlestón y que toque la batería”.

La época dorada de “La Yankee” coincidió con la década de 1926 a 1936, en la que su protagonismo en las revistas y en la prensa fue constante. A ella le gustaba “quedarse» con los periodistas relatándoles que había nacido realmente en los EE.UU., en Cleveland – de ahí venía su apodo – ya que sus padres se habían ido “a hacer las Américas”, pero ella regresó a España con cuatro años.
Tras la Guerra Civil el género llamado “ínfimo” dejó de existir y “La Yankee” desapareció junto a él.

El novelista F. Scott Fitzgerald describió a los años veinte como “la orgía más cara de la historia” y el charleston tuvo mucho que ver, de ahí que la clase dirigente del propio país que le vio nacer le obsequió con un recibimiento de lo más hostil:

 “Si hablamos con propiedad, el charleston no es un baile, es más bien un retorcimiento que le disgustaría a cualquier persona con una sensibilidad artística normal. Si uno observa a dos parejas, una de ellas bailando con elegancia y a la otra bailando el charleston, la primera posee un alto grado de civilización, mientras que la segunda se remonta a una antigua raza aliada con una tribu de monos”.

En nuestro país, el escritor y periodista Wenceslao Fernández Flórez en noviembre de 1926 y en el ABC le dedicó unas frases al charlestón:

Es más ridículo que la gimnasia sueca, más ordinario que el desperezarse, más antiestético que la faena de dar brillo a un piso encerado. No sé si podría resistir verte dar brillo al suelo, pero no te soporto en el charleston. Me gusta el tango porque es una historia de amor bailada, el chotis que es la majestad pero el charleston es risible y descoyuntado: degrada en vez de realzar la belleza de la figura humana. Es una horrible, absurda danza de negros paranoicos”.

 Coincidiendo con la llegada del “charleston” surgió un importante colectivo compuesto sobre todo por mujeres jóvenes en los EE.UU. – que recibieron el apelativo de “flappers” – y que alteraron de modo relevante el papel socialmente correcto que les tenía asignado la sociedad dominante de aquellos días.

Cada vez que se nombra a las “flappers” hay que solapar el nombre de la diseñadora Coco Chanel ya que ella las desencorsetó, les dio libertad de movimientos, acortó sus faldas, desplumó sus sombreros, deshizo rellenos e impuso un look andrógino o garçon con vestidos rectos y el cabello muy corto. En una palabra, las dejó listas para bailar el charlestón.

Las “flappers españolas” también dieron motivos para que la prensa se gastara en ellas tinta y papel:

…de silueta efébica, de falda corta y ceñida en sus formas, sin corsé y con melena, educada en esa literatura cinematográfica de kiosco, partidaria decidida del “jazz band” y el automóvil…”

“La nueva muchacha parece definirse por los bienes y servicios que puede consumir. Activa y liberal, consume kilos de cosméticos al año, suele practicar deportes antes reservados a los hombres, luce una silueta muy delgada y usa el pelo corto con un leve flequillo de chico insolente”.

«Las encantadoras “flappers” o tobilleras como se llaman en España, gozan de una libertad y una independencia grandes. Consideran con desprecio a las señoritas de antaño (acompañadas siempre por severas criadas). Y es de ver su desenvoltura con quienquiera que hablen y donde quiera que vayan. No les intimida nada”.

En nuestro país, las orquestas de baile comenzaron a aprenderse las síncopas del charlestón para estar al día con la moda danzante. De todas ellas he elegido como representación a la orquesta “Demon’s Jazz Band” fundada y dirigida por Llorenç Torres Nin.

Llorenç Torres Nin nació en la ciudad menorquina de Sant Lluís el 15 de julio de 1887. Sus estudios musicales los realizó en Barcelona eligiendo como instrumento el piano. A finales de 1921 formó la banda citada y él adoptó el nombre artístico de “Maestro Demon”. El Gran Café Catalán de la Rambla de Santa Mónica contrató los servicios de la banda y sobre sus escenarios consiguió que su nombre lograra una gran popularidad. Otros locales donde la “Demond’s Jazz Band” demostró su buen hacer fueron el cabaret “Excelsior” y el “Hollywood Bar Dancing”.

En marzo de 1930, Josephine Baker llegó a Barcelona para ofrecer su show y fue la “Demon’s Jazz Band” la que le acompañó. El “Maestro Demon” en su faceta de compositor escribió un buen número de canciones. Una de ellas titulada “Por un cariño” la incorporó Carlos Gardel a su repertorio y forma parte también de su discografía.

La trayectoria musical del “Maestro Demon” se prolongó durante cincuenta años, en los cuales también creó una editorial musical y gestionó varios clubs nocturnos. A parte de todo ello fue uno de los primeros músicos en introducir el jazz en Barcelona.

En 1925, la “Demon’s Jazz Band” grabó la canción titulada “The Demon’s Charleston” escrita por el “Maestro Demon”.

En el magnífico libro titulado “¡¡Bienvenido Mr. USA!! La Música Norteamericana en España antes del Rock and Roll (1865 – 1955)” su autor, Ignacio Faulín Hidalgo, escribe un resumen de los felices años XX en España. Entre otras cosas dice:

“Los ritmos norteamericanos estuvieron, repito, muy presentes en todos los frentes. Por ejemplo, la radio los incorporó desde el primer momento pero esa vertiente de la música popular no era mayoritaria. Aunque el “fox trot” o el “charleston” estuvieron muy de moda, zarzuela, opereta, revista o cuplé cuentan con mayor seguimiento popular como reflejan las encuestas de las nacientes emisoras”.

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